Las guerras civiles, que se prolongaron en Tucumán hasta comienzos de la década de 1860, causaron gravísimos daños en las propiedades de los agricultores de la provincia. Tiene interés al respecto la carta que doña Josefa Romero de Nougués escribió, el 24 de setiembre de 1857, a su cuñado Francisco Mañán. La misiva está fechada en San Pablo, ingenio fundado por don Juan Nougués, esposo de doña Josefa.
Nougués había fallecido en 1850, y la viuda narraba a Mañán todas las vicisitudes que había tenido que afrontar en adelante: desde criar a sus cuatro hijos (el mayor de los cuales tenía 11 años al morir el padre), hasta encargarse personalmente de la estancia de San Pablo y de la fábrica de azúcar. En el inventario de sus problemas, recordaba que "después de todos estos atrasos vino el peor de todos: la guerra de (Celedonio) Gutiérrez del año 53, que destruyó toda mi hacienda". Los soldados federales habían acampado desde la casa de Zavaleta en "toda la costa del Manantial" y, cuenta, "carneaban a discreción, peor que fue Oribe". Además, "tocó a mi casa la peor gente, los santiagueños de (Juan Felipe) Ibarra, y en 44 días que acampó el ejército, sólo encendían fuegos con el cevil de nuestra fábrica, que hoy cuesta 4 pesos la carretada, después de destruir la casa de altos (se refería a El Obraje) y saquear suelas. ¡En fin, eran santiagueños, 44 días y está dicho todo, un ejército sin ley ni rey! Carneaban por sólo los cueros durante un mes".
Pero, seguía doña Josefa, "me fue posible, después de tantas tempestades de desgracias, trabajar para sostener nuestra larga familia. Conseguí volver a hacer trabajo y conservó esta casa su buen crédito, y orden en todo sentido: abrí créditos y empréstitos que tuvieron buen resultado en el trabajo y fueron abonados a su tiempo; reedifiqué de ladrillo las casas de San Pablo, que antes eran de tapia; se plantó la caña que estaba dispuesta antes, y me conservo hasta hoy , habiendo hecho voltear la casa de altos del Manantial porque fue destruida y será reedificada hoy".
Nougués había fallecido en 1850, y la viuda narraba a Mañán todas las vicisitudes que había tenido que afrontar en adelante: desde criar a sus cuatro hijos (el mayor de los cuales tenía 11 años al morir el padre), hasta encargarse personalmente de la estancia de San Pablo y de la fábrica de azúcar. En el inventario de sus problemas, recordaba que "después de todos estos atrasos vino el peor de todos: la guerra de (Celedonio) Gutiérrez del año 53, que destruyó toda mi hacienda". Los soldados federales habían acampado desde la casa de Zavaleta en "toda la costa del Manantial" y, cuenta, "carneaban a discreción, peor que fue Oribe". Además, "tocó a mi casa la peor gente, los santiagueños de (Juan Felipe) Ibarra, y en 44 días que acampó el ejército, sólo encendían fuegos con el cevil de nuestra fábrica, que hoy cuesta 4 pesos la carretada, después de destruir la casa de altos (se refería a El Obraje) y saquear suelas. ¡En fin, eran santiagueños, 44 días y está dicho todo, un ejército sin ley ni rey! Carneaban por sólo los cueros durante un mes".
Pero, seguía doña Josefa, "me fue posible, después de tantas tempestades de desgracias, trabajar para sostener nuestra larga familia. Conseguí volver a hacer trabajo y conservó esta casa su buen crédito, y orden en todo sentido: abrí créditos y empréstitos que tuvieron buen resultado en el trabajo y fueron abonados a su tiempo; reedifiqué de ladrillo las casas de San Pablo, que antes eran de tapia; se plantó la caña que estaba dispuesta antes, y me conservo hasta hoy , habiendo hecho voltear la casa de altos del Manantial porque fue destruida y será reedificada hoy".